EL FAMOSO DETRÁS DEL ESCRITOR FANTASMA

Es una obviedad, en escritor por encargo lo sabemos, un escritor fantasma desconocido no vende. El nombre y el marketing lo son todo hoy en día. Da igual lo bueno que seas, si no tienes una buena campaña publicitaria o un nombre atractivo, no venderás. En el mundo de los libros pasa lo mismo, es por eso que, aunque polémica, es una práctica frecuente, cada año, un escritor fantasma publique diversos libros, pero con el nombre de otra persona con más gancho. Si te parece mentira que ese escritor haya publicado tantos libros en un mismo año, es porque, quizá, es mentira y no ha sido él, sino el escritor freelance. Probablemente el autor, al igual que muchas otras personas, tecleó en su navegador aquello de “busco escritor para mi libro” o “contratar escritor”, y dio con aquel que vende su creatividad y renuncia a sus derechos. Se trata de un trabajo muy antiguo que ha estado camuflado bajo el nombre de grandes literatos.

Y es que, hace poco, un estudio de la Universidad de Oxford determinó que parte de la trilogía Enrique IV no fue escrita por Shakespeare, sino por Christopher Marlowe, famoso dramaturgo inglés rival del primero. De hecho, la certeza de este hecho es tal que la editorial de Oxford republicará la obra con ambos nombres en la portada.

Auguste Maquet era un aspirante a novelista en el año 1830 cuando las editoriales le respondieron que, pese a haber escrito una obra maestra, él mismo no era un nombre que vendiese. Siendo rechazado, optó por aliarse con un contemporáneo con fama y personalidad: Alexandre Dumas.

La colaboración se extendió por más de una década con obras como Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo. Alejandro Dumas era el nombre de cara a la galería, el escritor fantasma, Maquet, era el maestro.

Michael Crichton, autor de libros como Jurassic Park y The Lost World, dejó, tras su muerte, varios relatos sin terminar. Su viuda contrató un escritor fantasma para terminar el libro “Micro”, publicado en 2011. Y es que, como bien dice el refrán, nunca se debe juzgar un libro solo por su portada, o al menos, por el nombre que aparece en ésta.