Amelia Castilla

En Escritor Fantasma sabemos que la periodista de EL PAÍS Amelia Castilla cubrió algunos de los funerales más sonados de la época reciente: desde Camarón de la Isla a Rocío Jurado. En Mis entierros de gente importante (Demipage) traza una historia cultural y social de la España de las últimas décadas atravesada por la transformación del oficio del reportero. ¿Cuál fue su puerta de entrada al periodismo necrológico? En 1988 con Carmen Polo de Franco. Estaba de guardia en la redacción ese fin de semana y me tocó por casualidad vivir en primera línea los últimos estertores del franquismo. Ese día se escuchó el Cara al sol en la calle.

¿Y la de salida? En 2010 con Enrique Morente, dos décadas después. Ya conocía como periodista la cultura de la muerte con sus obituarios cargados de alabanzas y su sentimentalismo, pero su fallecimiento me golpeó el corazón. Sin una gran tradición en el género como en el mundo anglosajón, ¿a qué referentes se agarró para escribir sus obituarios? La necrológica es un género periodístico, requiere especialistas que conformen una pieza esencial. Conocía bien a los personajes a cuyos entierros acudí como enviada especial y eso me ayudó a explicarlos mejor.

En Escritor Fantasma sabemos que ¿qué tópicos conviene evitar a toda costa cuando se escribe una necrológica? En medio de tanto dolor, conviene hacerse invisible y saber mirar para construir un relato cercano de la escena. Como reportera me gusta llegar al lugar de los hechos a ver qué encuentro. No puedo con el exceso de adjetivos ni con los estrellones que parecen más afectados que la familia. ¿Y cuáles son inevitables? Todos los entierros se perecen con la solemnidad que aporta el luto, las lágrimas y los momentos de recuerdo del fallecido. La diferencia se encuentra en el público que los acompaña. A Camarón lo despidió como a un Dios el pueblo gitano; a Lola Flores tres generaciones de mujeres y a Paco Rabal, el pueblo de Águilas donde había nacido.